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Albricias de Lugones para Conrado Nalé Roxlo Albricias poéticas de Lugones en honor de Conrado Nalé Roxlo Si en cronología estricta el nacimiento del gran poeta y literato Leopoldo Lugones (1874-1938) precedió en más de veinte años al de Conrado Nalé Roxlo, su ingreso a las experiencias lectoras del grupúsculo marplatense Ariel (1949/50) no ocurrió antes de que nuestra atención recalara en los poemas, pastiches y relatos del segundo. Fue así como desde el hallazgo de El grillo , que en los generosos estantes de la librería Lvtetia ponía a disposición gratuita de los jóvenes el padre de Horacio D. Ayesa, vivimos el descubrimiento intelectual de la prosa espléndida del insigne cordobés, casi santiagueño, autor de la primera reseña crítica de aquel inaugural poemario. De ahí que la evocación de uno de esos nombres suscite en algunos el recuerdo admirativo del otro, aunque tan diversos hayan sido en sus vicisitudes y trascendencia. Hoy los tiene demasiado postergados nuestra juventud literaria, y como desagravio de esa preterición transcribo fragmentos inolvidables del artículo que vincula ambas figuras. Fue publicado en la sección literaria del diario La Nación, de Buenos Aires, el 18 de noviembre de 1923, a poco de aparecer la primera edición de El grillo. Se titula ALBRICIAS POÉTICAS.- El grillo Música porque sí, música vana como la vana música del grillo; mi corazón eglógico y sencillo se ha despertado grillo esta mañana. ¿Es este cielo azul de porcelana? ¿Es una copa de oro el espinillo? ¿O es que en mi nueva condición de grillo veo todo a lo grillo esta mañana? ¡Qué bien suena la flauta de la rana!… Pero no es son de flauta: en un platillo de vibrante cristal de a dos desgrana gotas de agua sonora.– ¡Qué sencillo es a quien tiene corazón de grillo interpretar la vida esta mañana! Creo que por primera vez, por segunda y no más, en todo caso, arriesgo el elogio de un poeta sobre la fe de su primer libro. Digo mal que “arriesgo”. No; esto es injusto seguramente, aunque expliquen de sobra mi precaución decepciones que suelen dolerme con la angustia de la ilusión desvanecida; pues quien como Conrado Nalé Roxlo inicia su vida pública de escritor con la obra de arte que es el soneto transcripto, primero de su libro al cual da nombre también, acredita, desde luego, uno de esos temperamentos infalibles hasta la fatalidad, si es propio expresar así, tan noble destino. Claro está que para confirmarlo, el resto del libro corresponde a la portada, con una armoniosa unidad, no menos reveladora del don nativo. El artista ha cincelado su grillo de oro con aquella ingenua maestría de la predestinación que se ignora no pocas veces, y hasta sobrepasa en ciertos detalles la capacidad personal, consciente o adquirida: de tal modo el verdadero poeta es un revelador instintivo de la humana emoción que en la suya se define. Así una gota de rocío detalla simultáneamente los siete colores de la luz, se llena de cielo y contiene un paisaje. Y todavía le sobra gracia para el capricho de presentárnoslo inverso, en la misma chispa solar del rayo que la evapora. Es que en el ser de esa gota – e insisto en ello por su importancia trascendental – está el prodigio de la luz, como en el instinto del poeta el prodigio de la emoción humana. Y tal cual la gota no contiene realmente al paisaje, al cielo ni al color, sino que los revela en la belleza de su cristal, el poeta puede no sentir directamente el gozo que celebra o la desdicha que llora; pero su canto saca a luz, hermoseándolo, es decir, tornándolo sensible en belleza para todos los hombres, el tesoro de alegría y el dolor acumulado durante siglos por el género humano. Ésa es su misión altísima, en eso consiste su ciencia natural, y de aquí que el poeta resulte, en la divina iluminación del amor así engrandecido, el único ser que realmente ama. Su don de simpatía con la vida es lo que engendra el panteísmo de todo poeta verdadero. ¿Cómo no ha de sentirse grillo una hermosa mañana de primavera florida y cielo azul, interpretar a la perfección el canto de la rana, dilatarse en el cuerpo del viento, ser quimérica araña en el rayo de la luna y en la hebra de humo, o llorar la desventura, aun cuando ilusoria y ajena, si el amor con que lo siente su alma a todo eso la marida entrañable? No es la inteligencia sino el amor lo que “comprende”: vale decir, lo que se apodera de algo y se lo incorpora. La inteligencia es un instrumento de analizar, y por esta investigación da el dominio de lo que estudia. La posesión inherente al acto de comprender es imperio de amor sobre los seres y las cosas. Y así es también como el amor, la facultad exclusiva de crear, realiza dicho acto; el único realmente trascendental de la existencia. “Crear” es dar vida al amor en sí mismo o de sí mismo. Así el poeta cuando engendra como la flor hermafrodita o cuando encarna en el alma interlocutora. Esto último es “confidencia”; acto de mutua fe, como dice el sentido de la palabra. De tal suerte, la obra de belleza resume los más nobles afectos en la potencia superior de crear. Fenómeno de vida excelsa entre los más altos, ¡cómo no ha de ser importante, pues, el descubrimiento de un nuevo poeta! Bien corresponde al soneto citado el propuesto símil de la gota de rocío. Por esto, y por su perfección, ha de quedar clásico en nuestra literatura. Mas lo que interesa ahora es advertir cómo en dichas cualidades se halla resumido todo el poeta. Una sonrisa entre irónica y piadosa, que es la amable discreción del sentimental, disimula, bajo la humildad del símil con el grillo, al corazón dilatado hasta el transporte en una exclusiva vibración de canto; “sólo sé cantar como el grillo en su agujero”. Luego, el paisaje de sobria elegancia, caracterizado por dos rasgos típicos de valiente pintor; el cielo de porcelana azul y la mancha de oro del arbolillo primaveral. Este “golpe” impresionista define en Nalé toda la estética del paisaje […] Vista y oído, color y música, son las dominantes de esta poesía, tal cual suele manifestarse casi siempre la sensibilidad de los poetas sentimentales; y así está patente en los tercetos, donde la doble nota cristalina en la rana inspira una descripción de la más clara belleza. Y de la más completa hermosura, asimismo, ya que no falta ni la adecuada música, inherente, por vibración sensible, a la sutileza del cristal. Y el poeta nos dice también por qué con una gracia casi infantil en su sinceridad: porque es fácil interpretar la vida, cuando su sencillo goce transforma al poeta en un grillo de los campos. ¡Un sensible insecto que no sabe sino cantar! Pero esto lo sabe tan bien, que su ciencia del sonido, manifiesta en la elección del lugar donde se instala, en la disposición acústica de su cueva resonante, es el asombro de los naturalistas. Así también el poeta nace con la ciencia de cantar, y la estrofa es su cueva de grillo lírico. Y otra cosa tiene el insecto, y es su salto desmesurado, hasta la paradoja, como el de aquel payaso de Banville, que disparado por el trampolín fue a rodar en las estrellas […] Sí, pues. No nos equivoquemos con la personalidad compleja de estos juglares que sonríen al abismo desde su trapecio volador, y esconden las lágrimas por no desleír el afeite. El alma, la noble mariposa, está ahí dentro, clavada, por su recóndito alfiler, en el misterio decoroso del dolor personal o de la íntima afección que sólo salen a luz cuando se transforman, a través del yo, en expresiones humanas. Ría o llore en sus versos, lo que el poeta revela no es su estado personal, sino la alegría o la tristeza de todos. El alma del poeta vive con todo lo viviente, como la luz se manifiesta en todo lo visible, siendo, esencialmente, una emanación oscura. ¿Ni qué puede tampoco interesar lo que haya en el poeta de miserable carne humana? […] [Dejamos aquí en fragmento la loa crítica que dedicó el ya consagrado Lugones al primer libro de poemas de Conrado Nalé Roxlo. Encuéntrasela completa en casi todas las ediciones de El grillo subsiguientes a la primera. Al cotejarlas, pueden aparecer leves diferencias de puntuación y en el modo de atildar los vocablos. Quise circunscribir la citación a aquellos fragmentos que hoy no sólo son un justo homenaje a Nalé, pero que reviviesen también la magnífica prosa del vate de Villa María y su fino olfato poético. Los párrafos que faltan ingresan en reflexiones generales sobre la tesis de que “el destino del poeta no es revelarse, sino revelar”, tan sujetas a controversia como aquellas que vituperan los actuales “disloques formales” que ya entonces se insinuaban en la poesía moderna. El propio Lugones pudo haber incurrido en éstos cuando versificaba en su etapa de 1897 a 1909. Impaciente en demasía, no prolongué la búsqueda del prólogo titulado“Albricias poéticas” hacia más extensas regiones de la red y me empeñé en el gozoso trabajo de transcribirlo desde un libro de papel. Así pude catar mejor el ritmo casi cantado o al menos retóricamente modulado de la prosa lugoniana, que jamás abruma ya que resplandece con su penetrante inteligencia. Quizá cierta sobreabundancia de signos de puntuación, también asimilada en mis años escolares y hoy sujeta a cuarentena, tenga su causa en ese origen cantado y luego discursivo del lenguaje bello. Lejos de perder su encanto al copiarlo a mano, con pluma o teclado, ello incrementa su disfrute y dilata su comprensión.- C.H.] Se ruega relacionar este post con las dos banderas y la foto que encabezan esta página. Gracias. Reinhold, mi papá, llegó a Bs Aires en un barco de inmigrantes en 1925. Fue soldado marinero en la Kaiserin, nave insignia de la armada imperial alemana, durante la 2ª mitad de la primera Guerra Mundial. La bandera que se muestra arriba a la izquierda flameaba en su nave. Tras una breve detención en Scapa Flow como prisionero de guerra, fue enviado a un puerto neutral en Holanda y licenciado. Al llegar a la patria, debió eludir el fuego de las facciones que se disputaban el dominio sobre la ciudad de su nacimiento. Sobrevivió, aunque en condición de desocupado y jaqueado por una inflación económica galopante. Encontró ocupaciones ocasionales que le permitieron sobrevivir, hasta que la desesperanza de cualquier mejora le hizo venir a la Argentina en 1925. Por entonces, la republicana Alemania de Weimar zozobraba de crisis en crisis bajo el pabellón tricolor que se ve arriba a la derecha.
En 1929 arribó Minna Pfeiffer y se casaron. La foto del centro los muestra ya viejitos, con una segunda generación a sus espaldas, los esposos Nelly y Karlheinz, que les traerían tres nietos: Pablo, Esteban, Octavio. Mientras tanto, otra bandera simbolizó a Alemania entre 1933 y 1945. Desde 1949, por una norma de la Ley Fundamental, la bandera de mis viejitos ha vuelto a ser la republicana pero nunca dejaron de honrar la celeste y blanca argentina que les dio cobijo.- |